Teoría Sociológica 2
Noviembre 4 y 6
Weber (1864-1920):
Weber fue contemporáneo de Durkheim. Estudió economía, juridisprudencia e historia. Perteneció a una familia ligada a asuntos del Estado que además tenía un amplio bagaje cultural. Tuvo una muy breve vida docente: sólo al comienzo y al final de su vida intelectual. Se casó con una mujer intelectual, que formaba parte de una de las alas del movimiento feminista. No tuvo hijos, pero adoptó a unos sobrinos que habían quedado huérfanos.
Fue un hombre con una serie de conflictos internos, problemas psicológicos que lo acompañaron durante toda su vida. Se podría decir que su vida interior era una suerte de “volcán contenido”. Los tres puntos más importantes de su obra que serán vistos son los siguientes:
1. Aspectos generales de su teoría sociológica, que es una sociología comprensiva.
2. Acción y poder.
3. Sentido y racionalidad.
Weber llegó tardíamente a definirse como sociólogo. Propiamente hablando lo hizo sólo cuando empezó a redactar Economía y Sociedad, es decir, en los últimos 6 u 8 años de su vida. Escribe dicho texto entre 1912 y 1920. Decidió dedicarse a la sociología con un afán correctivo, debido a que rechazaba la sociología alemana, plagada del romanticismo. Según Weber, la sociología debía tener como materia a la misma de la historia, pero con una mirada diferente.
Weber es, epistemológicamente, neo-kantiano. Toma de Kant la distinción entre lo que podemos conocer (el fenómeno) y lo que está ‘más allá’ de nuestro conocimiento y que siempre va a permanecer inaccesible (el noumeno). La ciencia puede trabajar sobre el mundo de los fenómenos, donde están las evidencias que nos proporcionan los sentidos y nuestra intuición. Ambas son propiedades de nuestra conciencia; es decir, hay un sujeto conocedor, que recibe estas impresiones fenoménicas. Hay, pues, categorías innatas que permiten atribuir un orden a estos fenómenos que recibimos. Éstas son tiempo, espacio; causa, efecto. Son categorías de nuestro pensamiento, no podemos decir que son del mundo exterior a nosotros. Están marcadas por una “subjetividad ontológica”; es decir, se corresponde a algo que es interior a las personas, y que a su vez, es común a ellas. No podemos afirmar que son atributos del mundo nouménico. Este hecho plantea una suerte de barrera radical entre las categorías con las que pensamos el mundo, y el mundo en sí mismo. Con dichas categorías intentamos un acercamiento al noumeno, pero nunca podemos estar seguros de haber llegado a él. De ahí el rechazo de Weber a categorías que pretenden ubicarse en el noúmeno.
Todo lo que percibimos está conceptualizado o clasificado a través de categorías subjetivas, o subjetivamente vividas. Entre estas vivencias y el “mundo objetivo” existe una barrera radical e infranqueable.
El mundo social está compuesto básicamente por individuos dotados de la capacidad de acción, que es a través de lo que los conocemos. La acción puede estar referida tanto a un hacer como a un no hacer. A su vez, los individuos, que se plantean metas, tienen conciencias autónomas. Cada uno tiene su propio mundo mental, anímico, es decir, su propio mundo interior. Este es el punto de partida desde el que Weber llega a las instancias colectivas más complejas, como, por ejemplo, las clases sociales, las instituciones, el Estado. Debemos recalcar que empezar por el individuo es una estrategia para evitar la reificación de los conceptos. De ahí que el economista vienés Josef Schumpeter, la bautizara como “individualismo metodológico”.
Frente a la pregunta de si existe la clase social, la estrategia de Weber es preguntarse si existen comportamientos de individuos que ameriten o den sustento al uso de dicho concepto. Al hablar de clase no estamos, pues, ante una suerte de entelequia, sino ante una categoría que resume una gran cantidad de observaciones. En segundo lugar, al partir del comportamiento individual no estamos ante una relación causa – efecto, sino más bien, ante un nivel que actúa como indicador del otro. Así también, si nos referimos al Estado, éste es para Weber un instituto político permanente caracterizado por el monopolio del uso legítimo de la fuerza, dentro de los límites que da la ley. Pero, ¿en qué medida el Estado “realmente existe”? Lo que se va a encontrar es una mayor o menor probabilidad de que ciertos comportamientos típicos tengan lugar. Algo existe de manera en que la gente se comporte de modo tal que hace que ello exista. Entonces, lo único que lleva a la constitución de un fenómeno social es el comportamiento de las personas. Ésta es una estrategia metodológica en la que el comportamiento “da cuenta de”.
El concepto básico en el pensamiento weberiano es la acción, la que implica que hay una conciencia, un un mínimo de reflexividad y un sentido. Esto no sólo supone que la acción tenga una finalidad, sino también que ella esté dentro de una atmósfera de significados que algo representan para el actor. No se incluye en la acción a un comportamiento reflejo, automático. La sociología de Weber se centra en lo que él denomina ‘acción social’, la cual se caracteriza porque su sentido está referido a otros. Este sentido debe estar referido a otros, los otros deben estar presentes (no se refiere a una presencia física, necesariamente).
La repetición reiterada de una(s) acción(es) social(es) va a permitir encontrar cierta regularidad. Es así como aparece un concepto clave: la relación social. Esta noción implica que, habiendo constatado recurrencias, aparecen las expectativas respecto a dicha acción. Existe una relación social en la medida en que existe una probabilidad de una determinada acción de una forma predecible. A partir de aquí todos los conceptos de Weber van a expresarse en términos de “probabilidades”.
La existencia de regularidades cristaliza un nuevo nivel conceptual, que es el de orden. Dentro del orden social encontramos dos clases de fundamentos del mismo: los intereses, que a su vez pueden ser materiales o ideales; y el deber ser, donde la regularidad se basa en un criterio que implica el sentido del deber. Ahora bien, en una situación dada puede tener lugar más de un orden, inclusive para una misma persona. Un ejemplo que da Weber es el de dos personas que se baten a duelo (aquí se sitúan en el orden del “honor”), pero que a la vez lo mantienen en secreto para evitar el castigo que está prescrito en la ley por atentar contra la vida de un tercero. Aquí estamos ante el reconocimiento simultáneo de dos órdenes.
Pero, ¿qué es lo que hace que se obedezca a un determinado orden? En este momento aparecen los tres tipos de legitimidad (es decir, de fundamento de la autoridad): aquél basado en el líder y su carisma, el que se fundamenta en la tradición, y el que se apoya en un conjunto de normas universales prescritas cuya forma más característica (o típica) es la ley. El orden en que están colocados estos tipos va del más personalizado (donde la arbitrariedad del dirigente es mayor) al más racionalizado, donde la arbitrariedad queda controlada por el mismo sistema legal. En estos tres casos los hombres buscan que el orden esté sostenido en algo ‘legítimo’ y ése es un desarrollo del sentido. Esto descarta que un orden pueda basarse en la fuerza física. Para que exista un orden debe, pues, haber un mínimo de interés en obedecer.
En el pensamiento de Weber podemos destacar dos temas fundamentales: el de acción-poder, relacionado a los fines; y el de sentido-racionalidad, relacionado a los valores. Los valores no se realizan solos, no se mantienen en sí mismos, sino en la mediada en que la gente los lleva a cabo. A su vez, los individuos necesitan tener referentes que vayan más allá de sí mismos para poder estar en paz con su propia conciencia al tiempo que buscan realizar sus fines individuales.
Weber da cuenta de realidades eminentemente colectivas, pero que siempre están siendo definidas por la acción de los individuos. Su sociología presenta una progresión conceptual en la que puede darse cuenta progresivamente de la división del trabajo, de la complejidad. En determinados casos ese orden puede estar sujeto a ciertas reglas, a ciertas normas. En determinados momentos puede tener lugar una nueva división de tareas, y así aparecería por ejemplo un cuerpo especializado en hacer cumplir dichas normas, debido a que ya no todas las personas se encargan de esa función.
El poder, que es la probabilidad de imponer una voluntad determinada, es un concepto sumamente amplio que no permite captar una serie de fenómenos que implican jerarquías, orden, obediencia, liderazgo, términos que han ido apareciendo anteriormente. Por ello, Weber presenta otro término: dominación (Herrschaft), que es la probabilidad de obtener obediencia a un mandato determinado que se da entre personas determinadas. Con este término Weber se está refiriendo a dirección, liderazgo, conducción. La relación se da entre dirigente y dirigido, donde el dirigido tiene un interés en obedecer. No estamos estrictamente ante una relación dominante-dominado, donde el segundo se encontraría en contra de su voluntad, sometido. Sin embargo, es el término generalmente empleado.
Las preguntas sobre cómo se constituye o mantiene una relación de este tipo, o por qué se obedece, dentro de qué límites, y cuál es la lógica de cada cual, nos remite al tema de la legitimidad, que es el fundamento sobre el que se asienta una determinada acción de dominación. Aquí encontramos una de las más célebres tipologías de Weber: los tres tipos “puros” de dominación:
1. Racional – legal
2. Tradicional
3. Carismática
A estos conceptos los podríamos calificar como “químicamente puros”, que están construidos a partir de cierto criterio homogéneo que los constituye. Éste sería, respectivamente:
1. Racional legal: En base al derecho, a la norma.
2. Tradicional: Basado en la tradición. Se toman decisiones y se obedece en razón de que se corresponden con la tradición. Ésta tiene un carácter sagrado, no se fundamenta más que en sí misma. “Siempre ha sido así”: se la presume ancestral.
3. En base a la creencia en las cualidades extraordinarias del líder. El carisma del líder es central, consiste en cualidades únicas extraordinarias, que no son transferibles.
Debemos recalcar que éstos son tipos puros, los casos reales serán una mezcla de ellos. En los tres casos la dirección (dominación) la llevan a cabo los individuos. Cuando se muere o cesa alguien que está en la dirección es necesario reemplazarlo. Aquí aparece un problema: el de la sucesión. Cada tipo tiene una manera distinta de solucionarlo:
1. Hay normas para la sucesión, por ejemplo las elecciones. En este tipo de dominación se da una reducción al mínimo posible del margen de arbitrariedad. La norma específica prevé o debe prever cómo será la sucesión.
2. La tradición debe especificar cómo será la sucesión.
3. Este tipo de dominación es el que menos claro tiene este problema, porque el carisma es algo que unos tienen y otros no, no se puede obtener por herencia o estudio. El líder puede designar un sucesor, pero los seguidores pueden no aceptarlo.
Ahora bien, ¿qué carácter tienen los seguidores en cada caso?:
1. Miembros del grupo, ciudadanos.
2. Súbditos.
3. Discípulos.
Otro gran problema se refiere a cómo se ejerce el mando. Sobre este punto existen dos opciones: o ejerciéndolo directamente sobre los dirigidos; o que entre los dirigentes y los dirigidos haya un grupo de gente que forma parte de un cuerpo intermediario, debido a que el dirigente no pueden llegar a todos. A este cuerpo Weber le llama ‘cuerpo administrativo’. Cada caso tiene el suyo:
1. Cuerpo legal-burocrático. Aquí el criterio es siempre la norma, que cada acto esté dentro de las atribuciones de cada cual. La burocracia es el dominio de la oficina, del funcionariado; se trata de gente especializada que atiende a las normas. La burocracia es, para Weber, la forma más eficiente de administración. No es un término peyorativo, sino casi todo lo contrario. Existe, además, tanto en lo público como en lo privado. La relación del líder con quienes conforman este grupo se da en relación al cargo.
2. Servidores con los que el jefe máximo tiene una relación personal, de lealtad. Se rige mediante la tradición, la cual está sujeta a interpretación, y a conflictos de interpretación. Tiene a su vez dos grandes formas: el feudalismo (el cuerpo administrativo está formado por vasallos: personas autónomas, dotadas de recursos propios, quienes voluntariamente deciden servir a un líder, para lo que tienen un contrato y acuerdo con éste) y el patrimonialismo (donde el líder tiene control de todos los recursos, los cuales administra como su patrimonio; el servidor aquí recibe ciertos privilegios a cambio de ejecutar tareas determinadas).
3. Casi no hay cuerpo administrativo; más bien hay discípulos que se disputan el ser los preferidos del líder carismático.
El gran problema a resolver para el dirigente es el control de este cuerpo, el asegurar que no actúe en su propio beneficio. Otro campo a resolver es el mantenimiento del cuerpo: cómo sostenerlo materialmente. Para ello se deben buscar recursos, y se debe evitar que se malgasten.
Para Weber estos son los problemas centrales de la dominación, y no las relaciones entre dirigentes y dirigidos. Para Weber éstos no tienen gran importancia, pues rara vez actúan de manera autónoma. Requieren de líderes, que generalmente provienen del cuerpo administrativo. Por lo tanto el gran problema político es, para Weber, el control de éste.
En rsumen, todos los tipos de dominación enfrentan la misma problemática: el reclutamiento, el mantenimiento, la lealtad del cuerpo administrativo, y la sucesión. En el caso del mantenimiento, el punto de partida es la producción, y a partir de ella, la extracción de un excedente. Es el excedente el que mantiene a la clase dominante y al cuerpo administrativo. La entrega de dicho excedente (por ejemplo los impuestos) está legitimada de alguna manera. Estamos ante una suerte de intercambio de servicios. (La manera en la que Weber presenta el mantenimiento de la clase dominante y del cuerpo administrativo es la misma que presenta Marx, con la diferencia que para este último estamos ante una explotación, y la entrega del excedente en principio es ilegítima). La legitimidad es, pues, afirmada o negada por la población misma. Y así como puede existir, también puede debilitarse o desaparecer.
En la progresión conceptual que Weber va desplegando van apareciendo fenómenos que trascienden relativamente a la acción de los individuos. Esto lo tenemos desde las formas más elementales de “orden”, en la medida en que las acciones del individuo en principio tienen que sujetarse a éste. Pero no existen sin el individuo concreto, como tal.
La situación cambia cuando aparecen fenómenos que, a diferencia de los anteriores, parecen trascender al individuo como tal. Es decir, parece constituirse una realidad que preexiste a la acción, o que va “más allá” de ésta. Es claro que un Estado, una iglesia, o incluso una empresa con miles de empleados que esté situada en un vasto territorio, son entidades muy vastas en el tiempo y en el espacio, que van más allá de los individuos que en un momento determinado las constituyen. Cualquiera de estos casos presenta una continuidad en el tiempo, aún cuando “a la larga” todos los individuos que inicialmente las constituyeron hayan dejado de existir.
Aquí llegamos a la noción de “reificación” que para autores como Agnes Heller es fundamental para la constitución de la sociología. La modernidad tendría como característica la reificación de la realidad social. Weber, quien nunca usó tal término, procede paulatinamente a dar cuenta de fenómenos que adquieren una autonomía más o menos clara respecto a los individuos. Mientras más impersonales sean aquéllos, mayor será su autonomía aparente frente a los individuos. Entre los hechos claves de esta reificación está el carácter permanente de la relación (ello en muchos casos tiene que ver con algún carácter sagrado), la división de tareas, la aparición de un cuerpo administrativo, el establecimiento de roles, lo cual a su vez supone que hay una entidad colectiva corporada.
A diferencia de Heller, en Weber la “reificación” acompaña a procesos de racionalización que son muy anteriores al mundo moderno. En éste en todo caso lo que se produce es una forma más acusada debido a la impersonalidad del sistema jurídico.
Sociología de la Religión
Éste es uno de los grandes temas de la obra de Weber, que presenta, a su vez, dos grandes aspectos. Uno de ellos es el tema en general de la importancia de lo religioso dentro de las sociedades y su desarrollo. El otro es la relación entre el capitalismo y el protestantismo.
a) Weber elabora una distinción entre magia y religión. Plantea esta temática en términos históricos. Distingue dos grandes etapas en el desarrollo de la humanidad: uno en el que domina la magia, y otro en el que la religión la va reemplazando. Ambos son fenómenos diferentes e, inclusive, contrapuestos.
La magia es un conjunto de prácticas por las cuales desde el mundo de lo cotidiano, de lo profano, se busca manipular, controlar, poner a favor de uno a fuerzas que están “más allá”. A través de la magia se busca neutralizar, influir o aprovechar esas fuerzas. La magia es pragmática, busca soluciones a problemas. Carece, así, de sentido moral. Las prácticas mágicas también carecen de orden; no hay teoría ni doctrina. Tampoco hay algo parecido a una iglesia alrededor del mago, éste no tiene discípulos, ni intenta “convertir” a nadie.
La religión, por otro lado, desarrolla un cuerpo de doctrinas. Así, proporciona una explicación del mundo cotidiano. Éste es el primer esfuerzo de lo que Weber va a llamar ‘racionalización’. Aparece también la moral; es decir la distinción entre bien y mal, que es ajena a la magia. La religión es, históricamente, el terreno en el que se gestan las primeras explicaciones globales sobre el mundo.
En la religión aparece un personaje, cual es el sacerdote, el cual es la forma más elemental de la Iglesia. Junto al sacerdote están los creyentes, fieles que aceptan dichas creencias, así como la autoridad del sacerdote.
Las religiones van a mantener, con una importancia mayor o menor, elementos mágicos. Así, el sacerdote aparece como un intermediario entre el mundo de (los) Dios(es) y el de los creyentes. En la religión se distingue, por un lado, el bien del mal; y, por el otro, el castigo de la recompensa. Situaciones aceptadas son en las que tras actuar bien se recibe una recompensa o tras actuar mal se recibe un castigo. Ahora bien, también podemos tener una recompensa no merecida, o un castigo no merecido Este último caso es la situación más problemática. Ante esto la religión le da racionalidad a lo que para nuestros sentidos carece de ella. Y lo hace por medio de una idea: la voluntad de Dios. Se debe aceptar ese mal no merecido porque es voluntad divina. Al mal no merecido Weber le llama teogonía. Las religiones pueden ser consideradas como grandes esfuerzos de explicación de ella. Dentro de dichas explicaciones aparece la promesa de salvación. Todos estos son grandes esfuerzos intelectuales, que van más allá del mito; es un gran esfuerzo integrador que le da sentido a las cosas, les da un orden que las hace comprensibles, que le da a uno tareas que llevan a la vinculación del creyente con el mundo divino.
En el desarrollo de las religiones hacia formas más racionalizadas la magia va teniendo menor peso. La eliminación de la magia produce lo que Weber denomina el desencantamiento del mundo. Por lo tanto, el proceso de racionalización es, correlativamente, un proceso de desencantamiento del mundo. Dicho proceso se dio sobre todo a través de las grandes religiones mundiales. Son grandes en primer lugar en razón de la expansión numérica que han tenido, en tanto número de fieles. Pero a la vez, y esto seguramente no es casual, son religiones de un gran desarrollo intelectual que han jugado un papel central en el surgimiento y expansión de las grandes civilizaciones.
Weber afirma que el protestantismo, y en particular el calvinismo, eliminó los últimos vestigios de magia en la religión cristiana. En el calvinismo uno mismo se convertía en su propio sacerdote, ya no existían intermediarios entre el creyente y Dios. Eliminaba a su vez sacramentos como la confesión, que implicaban el poder “mágico” de absolver pecados. En el calvinismo estamos ante una relación puramente racional, intelectual e individual, entre el creyente y Dios.
b) La relación entre el capitalismo y el protestantismo fue percibida desde los orígenes del segundo. No fue descubierta por Weber; antes bien él encontró un muy desarrollado conjunto de investigaciones sobre el tema, pero en donde no se desentrañaba en forma satisfactoria la relación entre ambos fenómenos. Entre 1904 y 1905 Weber publica La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo. Los términos claves del título -‘ética’ y ‘espíritu’-, indica que está poniendo en conexión a dos fenómenos de origen cultural. No es una indagación sobre los orígenes del capitalismo como tal, sino de la importancia que para el surgimiento, pero sobre todo para el desarrollo del capitalismo moderno habría tenido la ética protestante.
Desde el punto de vista de la doctrina, concluye Weber, no hay diferencias entre el protestantismo y el catolicismo con respecto a la posición frente a las riquezas materiales. En general, todas las vertientes del cristianismo presentan una condena o una desconfianza frente a ellas. Más aún, podría pensarse que en el protestantismo esta actitud es aún más fuerte. Recuérdese el papel que para el movimiento de Lutero tiene el manejo de las riquezas materiales por parte de la Iglesia Católica. El protestantismo no era un movimiento de secularización, sino por el contrario, de re-sacralización de la vida del creyente, en contraste con su forma atemperada católica. La ética protestante es, pues, mucho más férrea, demandante y exigente para el creyente. Por el contrario, el capitalismo es profundamente profano y mundano. Esto lleva a una dificultad para encontrar la conexión entre protestantismo y capitalismo.
En la época de la Reforma nadie podía dedicarse abiertamente a la acumulación de riquezas y recibir un reconocimiento de tipo religioso. Dedicarse a ello no era legítimo, moralmente hablando. Por el contrario, el capitalismo moderno se caracteriza por la dedicación sistemática a la producción de riquezas. No se trata aquí simplemente de la obtención de ganancias, sino de la inversión permanente de éstas; es decir, del incesante trabajo del capital, y por lo tanto del capitalista. Este afán inclusive puede ir en contra del mero afán de lucro, porque lo que caracteriza al capitalismo es el control (control que el capitalista tiene sobre su empresa), el cálculo racional, lo cual excluye por ejemplo, aventuras especulativas que surjan coyunturalmente. Por tanto lo que la investigación debe explicar es cómo se crea ese comportamiento sistemático y racional.
Weber afirma que la actitud racional convencional respecto al trabajo siempre ha considerado que se trabaja para vivir. El capitalismo invierte ese principio: de lo que se trata es de vivir para trabajar. Todo el tiempo debe ser tiempo de trabajo. El capitalista hace un solo uso de sus ganancias: la reinversión, excluyendo todo consumo superfluo.Este tipo de comportamiento debía tener algún tipo de legitimación, de fundamento, para que pudiera ser realizado. Debido a las características de la época, éste sólo podía ser religioso. Weber encuentra dos puntos fundamentales en la doctrina calvinista:
• La doctrina de la predestinación. Ésta establece que desde que nacemos Dios ha determinado si nos vamos a salvar o no. No hay nada que el hombre pueda hacer para cambiar su destino, pues no se puede comprar ni torcer la voluntad divina. No se trata de hacer buenos actos. No obstante, existen maneras de tener indicios en esta vida sobre lo que nos va a pasar en la otra. Éstos se encuentran en el éxito de las actividades que emprendamos. Las actividades centrales para los hombres son económicas, porque de ellas reciben la manutención. Entonces, el éxito llegará sobre todo en las actividades económicas, sean o no capitalistas.
• Vocación : la actividad que uno ha elegido debe ser vivida como si se tratara de una misión encomendada por Dios. Los protestantes (más los calvinistas que los luteranos) comenzaron a acumular grandes riquezas que fueron reinvertidas. Ello no se debió a un afán de enriquecimiento, sino más bien a una actitud religiosa. Los bienes no pertenecían al propietario, ellos eran de Dios. Dicha riqueza debía estar unida, junta y crecer “para la mayor gloria de Dios”. Por ello no se les podía gastar, los propietarios estaban obligados a guardarla, lo cual se traducía en su constante incremento. El capitalista es el guardián de la riqueza.
En suma, el capitalismo es una consecuencia no deseada ni prevista de la religión. A la larga la acumulación de riquezas fue minando la fe religiosa. Llegó un momento en el que el capitalismo ya no requería de un fundamento religioso, y se convirtió en una “jaula de hierro”, de la que no podemos escapar.
Ahora bien, con todo esto Weber no está afirmando que el protestantismo sea la causa del capitalismo. El capitalismo requería una serie de factores que ya existían, nada de lo cual dependía del protestantismo. Pero el capitalismo sólo puede darse a través de un tipo de acción, la cual a su vez, debe tener legitimidad. Dada la época ésta sólo podía ser religiosa. Solamente la religión podía legitimar un comportamiento tan alejado de ella. Fue la religión la que proporcionó elementos sin los cuales el capitalismo no se habrá podido desarrollar.
Who’s Not Cool With AC?
5 weeks ago
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